Entrevista en 7K

Nacida en Markina-Xemein (Bizkaia) una y en Delft (Países Bajos) el otro, Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum son una pareja de artistas visuales que llevan más de diez años trabajando juntos en Rotterdam. Como compañeros procedentes de tan diferente entorno geográfico y social, comparten entre ellos un sentido de dislocación y un especial interés en aquello que dibuja una identidad cultural. Entre sus exposiciones individuales, destacan “Los márgenes de la fábrica” (2014), en ADN Platform, de Barcelona; o “Réinventer le monde (autour de l’usine)” (2013), en el FRAC (Le Fonds régional d'art contemporain) de Aquitaine. En Euskal Herria, han expuesto en el Centro Cultural Montehermoso, Sala Rekalde o Artium, y actualmente participan en la exposición colectiva “Suturak. Cerca a lo próximo”, en el Museo San Telmo de Donostia, con su instalación “Work in Progress”; y en el programa de vídeo “Violencia Invisible” que se está desarrollando en Artium hasta el 11 de enero del próximo año. Además, a finales de octubre pasaron por Tabakalera, donde presentaron su último trabajo, “Últimas palabras”, un vídeo basado en el alegato final que expuso en su juicio Alfredo Astiz, ex-capitán de fragata de la Armada durante la última dictadura militar argentina.

Conocido por el “Ángel Rubio de la Muerte”, Astiz fue condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad por su participación probada en el secuestro, tortura y desaparición de disidentes de la dictadura de Videla. Además, estuvo involucrado en los llamados “vuelos de la muerte”. En su alegato final, «un agrio manifiesto que tardó horas en leer», en palabras de Jaio y van Gorkum, el ex-capitán de la Armada no mostró ninguna intención de atenuar sus crímenes, ni de declararse inocente. «En un giro teatral de la situación, se describió a sí mismo como un héroe militar perseguido por acatar órdenes y cuestionó la legitimidad de la querella», comentan los dos artistas.

Iratxe Jaio y Klaas van Gorkum conocieron este texto el pasado año y, a partir de él, decidieron llevar a cabo «un experimento forense»: “Últimas palabras”.

¿Cómo surgió este proyecto? ¿Por qué la dictadura argentina?

En 2013, recibimos una beca holandesa para participar en el programa de residencias de LIPAC, Laboratorio de Investigación en Prácticas Artísticas en Buenos Aires. Durante nuestra estancia, mientras investigábamos sobre la historia reciente de Argentina, llegó a nuestras manos una transcripción del alegato final que Astiz leyó en su juicio y con el que decidimos llevar a cabo un experimento forense. Contratamos a un actor para que leyera el texto ante un instructor de oratoria que le guiara para exprimir todo su potencial retórico. El actor no había leído el alegato con anterioridad y el instructor fue riguroso e implacable con su alumno. Lo que tuvo lugar entre los dos fue un fascinante juego de poder mientras el actor se transformaba en el carácter impositivo que estaba interpretando.

¿Qué persiguen con este trabajo? ¿Es una denuncia?, ¿una constatación de los hechos?

El vídeo resultante, titulado “Últimas Palabras”, debería ser visto como un caso de estudio: un análisis del discurso de Alfredo Astiz como una expresión de las relaciones de poder en la sociedad. No aspira a resolver la antitética relación entre el ex-comandante y la democracia constitucional durante la que fue condenado, ni tampoco presenta a su audiencia una posición moral clara. Deja que los espectadores naveguen entre las contradicciones internas del vídeo, convirtiendo cada pase en una repetición performativa de la ceremonia del juicio.

Sin embargo, hay cierta predisposición a leer el trabajo como una crítica cuando se muestra entre las paredes consagradas de las instituciones culturales y académicas. Pero ¿cómo lo percibiría un simpatizante del antiguo régimen militar, por ejemplo? ¿Podría ser interpretado como una vindicación de Alfredo Astiz y apropiado para una agenda política reaccionaria?

Justo unos días antes de partir de Argentina y de forma inesperada, se nos presentó la oportunidad de poner esto a prueba tras una invitación del embajador holandés. Habiendo oído sobre el éxito del vídeo en el estreno, nos citó para presentar el trabajo frente al personal de la embajada y sus invitados. Diplomáticos, secretariado y un número de señores trajeados impecablemente, banqueros y ejecutivos, magnates de los negocios, se reunieron alrededor de la mesa.

Entre las cabezas giradas hacia la pantalla, se encontraba la de un hombre argentino asintiendo con entusiasmo a los argumentos del testimonio del actor-acusado. A medida que el vídeo avanzaba sin embargo, su cara empezó a ensombrecerse. Para cuando aparecieron los créditos finales, parecía no poder contener su indignación.

El señor, que trabaja en la Sección de Asuntos Consulares de la Embajada de los Países Bajos, nos hizo saber también que era un antiguo oficial de la armada, un amigo personal de Astiz. Había seguido el juicio real con mucha atención con sus antiguos colegas. Luego señaló enfadado a la pantalla manifestando que podía haber sido él mismo el que se sentaba en el banquillo. Si hubiese recibido órdenes de infiltrarse en las organizaciones de derechos humanos, lo hubiera hecho inmediatamente y sin titubear.

Y el resto de la audiencia, ¿cómo reaccionó?

Los diplomáticos y ejecutivos se hicieron los locos, pero debían de estar al tanto de cómo en 1977, Astiz había pasado como una víctima de la represión para ganarse la confianza de la Asociación de Madres de Plaza de Mayo. Poco después, doce activistas, incluidas las fundadoras de la organización, serían secuestradas. Nunca se las volvió a ver con vida.

El ex-militar declaró que se sentía violentado por el vídeo. Estaba ofendido por la irreverencia del instructor de oratoria cuando inducía al actor a “sobreactuar” el papel. La performance era inadecuada, según él, ya que fracasaba al capturar la digna y solemne compostura con la que Astiz, un hombre con disciplina y honor militar, había realizado su alegato. Luego empezó a maldecir la interferencia extranjera, mencionando a Francia que había puesto en marcha el caso contra Astiz pasando por alto el legado de tortura y contra-terrorismo en la guerra de Algeria.

Un señor holandés lo interrumpió entonces, anunciando que el vídeo no iba a poder ser mostrado de nuevo en Argentina. «Los argentinos simplemente no estan preparados», declaró con un absoluto paternalismo condescendiente. El embajador comenzó a preguntarnos sobre quiénes financiaban nuestra estancia en Buenos Aires, y sobre si estos estaban al tanto de lo que habíamos hecho. La reunión finalizó, y nuestra audiencia salió apresurada hacia las oficinas. Ya en la puerta, el hombre que había recomendado contra futuros visionados del vídeo nos preguntó si no estábamos preocupados de que nos fueran a detener en el aeropuerto de Holanda por tener el vídeo en nuestras manos.

Era una broma, suponemos, aunque bastante fuera de lugar, en contraste con los esfuerzos con la que se están investigando actualmente en Argentina las fechorias del antiguo régimen militar. Hacía poco por ejemplo, se había encontrado la lista negra en la que la dictadura clasificaba a artistas e intelectuales en una escala de F1 a F4 según la amenaza que suponían para el Estado. Lo que nos muestra el episodio de la Embajada, es que incluso en las llamadas ilustradas democracias occidentales, los valores como libertades civiles y políticas no son logros irrevocables, y que están constantemente sujetos a la influencia de intereses opuestos.

¿Qué recorrido tendrá ahora “Últimas palabras?

El vídeo se ha proyectado varias veces en Argentina y formó parte de la exposición inaugural de MACMO, el Museo de Arte Contemporáneo de Montevideo de Uruguay. Aunque nuestra intención nunca ha sido la de realizar un comentario sobre la historia Latinoamericana. Para nosotros, Buenos Aires fue un campo de entrenamiento para producir y refinar las herramientas artísticas con las que abordar ciertas problemáticas en nuestro propio contexto social en Europa. “Últimas Palabras” forma parte de una serie de ejercicios basados en la ceremonia del juicio, con los que abordamos la relación entre poder y discurso.

Decidimos centrarnos en el tema al mismo tiempo que dos abogados holandeses intentaban, en vano, imputar al suegro del actual rey holandés, Jorge Zorreguieta, por su papel como Ministro de Videla en la dictadura argentina. Si tenemos este hecho en cuenta, la respuesta hostil a nuestro vídeo en la embajada holandesa no nos debería de sorprender.

Actualmente, estamos siguiendo con mucha atención el desarrollo del juicio en Argentina contra la violación de derechos humanos durante el régimen franquista. Y también, el caso sobre la colaboración entre la dictadura militar argentina y el Estado Español ya durante la Transición. Nos interesa especialmente la resonancia en esta parte del Atlántico, cómo se percibe y difunde la información sobre estos juicios. En el fondo, nos gustaría que “Últimas Palabras” funcionara como una forma de inoculación contra el poder del discurso político para tergiversar, excusar o enmascarar.